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«Vaya un artículo profundo; hojeo el Say y el Smith;
de economía política será.
-Grande artículo, me dice el editor, pero, amigo Fígaro,
no vuelva usted a hacer otro.
-¿Por qué?
-Porque esto es matarme el periódico. ¿Quién quiere usted que lo lea,
si no es jocoso, ni mordaz, ni superficial?».
Larra, Ya soy redactor

A nadie puede sorprender que en el mundo actual, en el que la ecoAnomía desempeña un papel protagonista en la vida social, los periódicos dediquen bastantes páginas a la actualidad económica. Pero se equivocaría quien pensara que el periodismo económico es un fenómeno nuevo, ligado al modelo de civilización de nuestros días. En realidad periodismo y economía han mantenido siempre una relación muy estrecha. Desde hace mucho tiempo, la prensa tiene necesidad de personas capaces de explicar al gran público cuestiones a menudo difíciles de comprender; y los economistas, por su parte, precisan conocer lo que sucede cada día en el mundo real si quieren que su ciencia no se base en la mera especulación y responda a los problemas que le plantea la sociedad. No está de más, por ello, recordar que la recomendación de Keynes para llegar a ser un buen economista era muy simple: saber bien los Principios de Alfred Marshall y leer The Times todos los días.

Si los artículos sobre temas económicos son un fenómeno tan antiguo como el propio periodismo, la existencia de periódicos especializados en esta materia tampoco es un fenómeno nuevo. Publicaciones como el Journal des Economistes o The Economist surgieron en la primera mitad del siglo XIX. Y, aunque tuvieran menos difusión y una existencia mucho más breve, tampoco faltaron en España los periódicos económicos en los años centrales de dicho siglo, ligados en buena medida a los debates sobre el libre comercio internacional y el proteccionismo. Algunos de los textos publicados en ésa época pueden hoy seguir sirviendo de modelo de cómo puede difundirse -y defenderse- una idea utilizando un lenguaje claro y accesible al gran público. De esa época es, por ejemplo, el famoso «Manifiesto de los fabricantes de velas» de Frédéric Bastiat, a quien Schumpeter caracterizó en su Historia del análisis económico como «el periodista económico más brillante de la historia».

Hoy casi todos los países avanzados tienen su propia prensa económica. En España son tres los diarios que se centran en la información económica, además de numerosas revistas de periodicidad diversa; y no hay publicación de información general que no tenga una sección, más o menos amplia, dedicada a la economía. Y esto sucede en un momento en el que la economía como ciencia ha alcanzado un nivel de desarrollo y complejidad tal que las revistas profesionales resultan ya totalmente incomprensibles para quienes no sean economistas; y algunas sólo pueden ser leídas por el pequeño porcentaje de economistas especializados en una materia o técnica concretas. Las revistas profesionales viven, por tanto, en su propio mundo, y difícilmente pueden ser consideradas parte del periodismo económico. Este requiere, en efecto, una aproximación más amplia y global a los temas abordados, en la que la precisión debe sacrificarse necesariamente a la claridad en la exposición. Se trata, por tanto, de dos enfoques no enfrentados, pero sí ampliamente separados, cada uno de los cuales desempeña un papel importante: de instrumento para el avance de la ciencia económica, la revista especializada; de difusión y educación, la prensa económica.

Es interesante señalar que quienes escriben artículos en uno y otro tipo de publicaciones pueden ser las mismas personas. No es lo habitual, ciertamente. Pero algunos de los economistas que han hecho aportaciones más importantes al desarrollo de la ciencia económica en la segunda mitad del siglo XX han sido columnistas de éxito en revistas y periódicos económicos o de información general. Bien conocidos son los nombres de algunos de los galardonados con el Premio Nobel de Economía, como Milton Friedman, Paul Samuelson o Gary Becker, que durante muchos años escribieron con regularidad en este tipo de publicaciones. Pero muchos otros nombres podrían ser añadidos a esta lista. ¿Qué es lo que hace que economistas de este nivel decidan abandonar temporalmente la esfera académica para pasar al mundo de la divulgación y el debate público? Los atractivos han de ser grandes, sin duda, porque esta actividad nos obliga a una cierta esquizofrenia a quienes, en los mismos días, tenemos que preparar un artículo para un congreso o una publicación internacional y escribir la columna semanal o quincenal en la prensa, abordando por lo general un tema económico de actualidad, a menudo conflictivo. El artículo académico puede, ciertamente, ser objeto de críticas feroces, que no es fácil que entiendan quienes no han practicado el curioso deporte de someter sus trabajos a debate en congresos o han intentado su publicación en revistas de prestigio. Pero su repercusión pública es infinitamente menor que la que puede tener cualquier reflexión escrita con prisas para que aparezca al día siguiente en un periódico, por la que su autor puede ser atacado sin contemplaciones por haber ofendido a medio país o ensalzado como si lo que escribió no estuviera destinado a un rápido olvido, fuera realmente a tener vigencia en el futuro.

Dos son, en mi opinión, los motivos principales que pueden inducir a un economista académico a abandonar su famosa torre de marfil y entrar en el mundo del artículo periodístico. El primero, que considere esta actividad como una extensión de su labor docente. Si buena parte del trabajo diario de muchos de estos economistas consiste en formar profesionales en la universidad, es razonable que quieran ir más allá y busquen una audiencia menos especializada, pero mucho más amplia, en los medios de comunicación. La segunda, que quieran aplicar sus ideas a la resolución de cuestiones prácticas, ante las que cabe adoptar posiciones diferentes. Se puede así escribir en la prensa, por ejemplo, a favor o en contra de los pactos de estabilidad de la Unión Europea o de los acuerdos de la Organización Mundial de Comercio. Y este objetivo explica el mayor peso del periodismo económico en aquellos momentos en los que se discuten temas relevantes para una determinada sociedad, como el debate sobre el librecambio en los años centrales del siglo XIX al que antes hice referencia.

Resulta evidente, sin embargo, que la mayor parte de la información económica y el análisis de las cuestiones más importantes que surgen en el día a día no pueden estar a cargo de economistas de gran prestigio. Por ello, se discute con frecuencia con respecto a cuáles son las personas más adecuadas para producir un periodismo económico de calidad, es decir, un periodismo que al informar, por ejemplo, sobre la banca española, no se centre en las amistades particulares y en la liaisons dangereuses de nuestros banqueros. ¿Quién será mejor profesional: el periodista que sabe economía, o el economista que decide escribir en la prensa?

Lo que me ha enseñado la experiencia en la prensa económica a lo largo de bastantes años es que esta pregunta no está bien planteada, ya que se basa en una separación radical de profesiones que más tiene que ver con un determinado sistema de enseñanza o ejercicio profesional que con la asignación de la persona adecuada a una actividad concreta. El buen periodista económico será aquel que posea las dos cualidades necesarias para el ejercicio de su actividad: entender los problemas sobre los que tiene que informar al lector y ser capaz de explicarlos de forma comprensible. Las vías para conseguir la formación necesaria son muy diversas. Es posible estudiar periodismo y, después, formarse en economía; o cursar un primer ciclo en economía y un segundo ciclo en periodismo; y cabe también ser economista y participar, más tarde, en alguno de los programas de postgrado que exigen prácticas activas en los medios de comunicación que los organizan.

El trabajo diario en el periódico o la emisora de radio suministran los instrumentos que el periodista especializado en economía puede necesitar. Pero, ¿qué tipo de formación económica precisará? Hoy la economía se ha convertido en una ciencia formalizada que trabaja con modelos abstractos de elevado contenido matemático. Parece claro que no es el conocimiento detallado de este tipo de modelos lo que se debe pedir a un periodista. Sería un error, sin embargo, pensar que la formación en teoría económica no resulta fundamental para el periodista que trabaje en estos temas. La idea de que al periodista le basta con tener unos ciertos conocimientos de lo que pasa en el mundo, estudiando un poco de estructura económica mundial y de España, es una gran equivocación. No sólo porque en economía es cierta aquella vieja idea de que el mejor conocimiento práctico es una buena teoría; sino también porque lo que caracteriza precisamente a la economía es una forma específica de analizar los problemas, que va mucho más allá del mero conocimiento de los datos. La gente, por lo general, suele razonar bastante mal cuando de cuestiones económicas se trata. La razón es, seguramente, que el funcionamiento de un mercado no es algo tan sencillo de comprender como a veces presuponemos los economistas y que algunos de los resultados de la economía son contraintuitivos; por ello es explicable que a muchas personas, por muy alto que sea su nivel cultural, les cueste entender, por ejemplo, que un control de rentas de alquileres acabe perjudicando a quienes buscan una vivienda o que un salario mínimo elevado pueda hace mucho daño a los trabajadores menos cualificados de un país; es decir, que las medidas que aplica un gobierno, si no han sido bien estudiadas, sean a largo plazo contrarias a los intereses de aquellos a quienes se intenta proteger. Es necesario, por tanto, que, cuando analiza una medida de política económica o una nueva reglamentación, el periodista tenga en mente un modelo de comportamiento de los agentes económicos y de funcionamiento de las instituciones del mercado que le permita entender, y explicar a sus lectores, cuáles pueden ser los efectos no buscados de lo que se pretende hacer o las causas del fracaso de un determinado proyecto. Y esto sólo se consigue con una formación teórica bastante más sólida que la que tienen hoy la mayoría de los periodistas españoles especializados en estas cuestiones.

Poca duda cabe de que el futuro ofrecerá grandes oportunidades a quienes se dediquen al análisis de la información económica en los medios de comunicación. En un país como el nuestro, en el que la renta y la riqueza de sus habitantes han crecido sustancialmente en las últimas décadas y en el que un gran número de personas tienen un patrimonio cuya gestión exige unos mínimos conocimientos de economía, la prensa y la radio especializadas pueden desempeñar un papel cada vez más relevante. La formación de buenos profesionales en información económica es, sin embargo, un tema aún no resuelto en España y un reto importante para las empresas que controlan los medios de comunicación.

Catedrático emérito de Economía Aplicada de la Universidad Complutense de Madrid y profesor Eminent Senior en UNIR. Fue director del Instituto de Economía de Mercado, Senior Associated Member del St. Antony’s College de la University of Oxford y presidente del Consejo Económico y Social de la Comunidad de Madrid.