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El español ha desarrollado, a lo largo del pasado siglo, un proceso de consolidación realmente espectacular, apoyado en una serie de características que sería oportuno revisar y que van mucho más lejos de la importancia meramente demográfica. Es innegable que un número de hablantes en torno a los cuatrocientos millones supone cumplir una condición imprescindible para la consolidación como lengua internacional; pero la demografía es sólo un requisito mínimo. La serie de lenguas que superan de lejos los cien o los doscientos millones de hablantes es tan larga que sólo los especialistas están en condiciones de enumerarla.

LOS NUEVOS FACTORES

El hindí, el bahasa indonesia, el chino, el árabe, el suahili, son lenguas que tienen una magnitud demográfica indudable; pero fuera de sus propios ambientes de influencia, carecen de valor como lenguas de intercambio. De hecho, en el mundo online podemos justamente hablar de la diferencia que se da entre una Internet en alfabeto latino frente a la que emplea otros sistemas de escritura que, por definición, reducen su esfera de influencia a parcelas culturalmente muy determinadas. Algunas de las lenguas enumeradas arriba, más otras como el tamil o el japonés o, en una dimensión interesante para Internet, el coreano, entrarían en esa red distinta, al margen del sistema general.

Un factor que ha aportado un enorme peso a la expansión del español en el mundo y a la adquisición de su condición de lengua internacional ha sido su homogeneidad. El español es un idioma homogéneo: sus variantes en la fonética, en la gramática, en el léxico, son muy pequeñas y, en muchísimas ocasiones, meramente anecdóticas. Dejando a un lado las listas de palabras con las que nos obsequian los avezados viajeros que han ido una o dos veces a América, la experiencia real indica que, fuera del ámbito de la broma o la ironía —a los taxistas porteños no les gusta que ningún gallego coja su taxi— es más fácil comprar guisantes en Buenos Aires que arvejas en Madrid.

En resumen, la intercomprensión entre un mexicano y un santiagueño, un zaragozano y un limeño es mucho más sencilla e inmediata que la que se da entre un australiano y un escocés, un irlandés y un sudafricano, por no hablar de keniatas o nigerianos.

La homogeneidad se apoya además en una característica que lleva a la reflexión. Los hablantes de español son alrededor del 6% de la población mundial, frente al 8,9% de los hablantes de inglés o el 1,8% de los hablantes de francés; pero el español es lengua única o ampliamente mayoritaria en todos los países donde es lengua oficial: lo habla el 94,6% de la población que vive en estos países.

En el caso del inglés, el porcentaje de población que habla esta lengua en los países donde es oficial es el 27,6%. Para el francés ese porcentaje sube al 34,6%, un poco más amplio, pero todavía lejos de la dominante unicidad del español.

A la homogeneidad como lengua mayoritaria se une su condición de lengua de enorme contigüidad geográfica: fuera de España, Guinea Ecuatorial y los restos que pueda haber en Oceanía y en el mundo sefardí, el grueso del español se habla en territorios físicamente contiguos e islas adyacentes.

Sumemos a todo ello el dato temporal: con muy pocas excepciones, los pueblos que hoy hablan español llevan alrededor de quinientos años en la esfera cultural de esta lengua, con sus facetas política, económica y religiosa. Para que no se nos tilde de neoimperialistas u otras lindezas similares, recordaremos algunas de las palabras pronunciadas por un académico mexicano, Jaime Labastida, en el Palacio de Bellas Artes de Ciudad de México, el 13 de septiembre de 2000, para conmemorar el CXXV aniversario de la fundación de la Academia Mexicana:

«Diré una obviedad: el español es nuestra lengua materna. De igual modo que el castellano se volvió español y unió a los pueblos de la península, hoy une a los pueblos de la América Nuestra, para usar la expresión de José Martí. Hagamos a un lado la falsa idea que quiere convencernos de que el español fue tan sólo la lengua del conquistador y que se impuso, por la violencia, no sólo al pueblo (o a los pueblos) aborígenes de América, sino también a nosotros, a los mexicanos que hablamos español».

La asunción de este hecho —en la práctica, sin entrar ahora en la discusión teórica que el texto anterior pudiera plantear— ha producido una cultura de fuerza innegable, que se expresa en muy diversas manifestaciones. Estas van de lo literario (un 10% de premios Nobel) a lo musical, la cinematografía, las artes plásticas y, recientemente, la economía, en la que España funciona como motor en el día de hoy,.pero a la espera de que se produzca el inminente despegue de las potencias de la América hispana, una vez reformadas las estructuras que lo dificultan. Basta con mirar el mapa de las empresas españolas en América Latina, o recordar el carácter de primer o segundo inversor que tiene nuestro país en la región, para apreciar que se ha producido un cambio que va mucho más lejos de lo que parece.

Es necesario decir que el español del siglo XXI será americano o no será, para añadir a continuación que será. En ese futuro ya está implicado el porvenir de los propios españoles, cuyo esfuerzo inversor resulta decisivo en el proceso. De ahí derivan actitudes conceptuales tan claras como la que expresa el Instituto Cervantes cuando afirma, en todas sus presentaciones oficiales, que «ni un paso sin Iberoamérica».

DIMENSIÓN DEL LÍMITE

La expansión de una lengua se ha realizado, históricamente, a partir de la ampliación de sus límites geográficos. Así lo hemos percibido en el apartado anterior cuando nos referíamos a los territorios del español. Además, con todo, hemos apuntado ya que esa dimensión se está complementando, desde hace tiempo, con otros aspectos y que, cuando hablamos del límite de una lengua, ya no podemos decir que se trate sólo de los territorios en que se habla. También tenemos que incluir las zonas fronterizas de su economía, la penetración de su cultura, que incluye como aspecto esencial su incidencia científica y técnica.

Sumemos a ello la magnitud de la Sociedad de la Información, la imprescindible presencia en Internet, con su reflejo en el comercio electrónico, la banca electrónica, los campos abiertos a la publicidad, las industrias culturales, una banda de presencia e influencia que es mucho más considerable que lo que pueda suponer un simple territorio o unos millones de hablantes. En el activo de la lengua, en su dimensión expansiva tenemos que contar con los centros de educación y cultura, con universidades centenarias, bibliotecas, laboratorios, sistemas de comunicación, redes de comunicaciones y comerciales que pueden figurar muy bien entre las primeras del mundo, todo ello en español.

Hablar, por tanto, de las nuevas fronteras de la lengua española implica una referencia al concepto tradicional de la dimensión geográfica, pero que sólo adquiere su auténtico sentido cuando se habla de la penetración en el ámbito de la ciencia y de la técnica, de la economía y de las comunicaciones. Más allá de una frontera horizontal, la dimensión de la frontera actual es sobre todo vertical, de penetración en el entramado social. Si los tratadistas tradicionales de geografía lingüística hablaban de zonas areales, de áreas de expansión, hoy podríamos hablar de la dimensión socioareal de la lengua española.

RETOS FRONTERIZOS

Evoquemos con este epígrafe el salvaje oeste ya que vamos a referirnos a continuación precisamente a los Estados Unidos, donde se apuntan varios fenómenos que tienen una incidencia especial. Hace tiempo que se dijo que, si se resfría Nueva York, el continente entero tiene fiebre.

El español de los Estados Unidos tiene problemas reales y problemas ficticios. Sería presuntuoso pretender en este espacio algo más que una rápida enumeración de alguno de ellos.

Está por determinar cuál será la capital cultural de América Latina. Miami, con todos sus esfuerzos, sigue disputando esa plaza a la brasileña San Pablo, lo que nos hace percibir sin duda que las dos grandes fronteras geolingüísticas del español, en América, la del inglés y la del portugués, están más entrelazadas de lo que se aprecia a primera vista.

En los conceptos de hablas de frontera se sitúan los dos problemas que se calificarán en estas páginas de ficticios, el espanglish y el portuñol.

Siempre que dos lenguas están en contacto se producen fenómenos de lo que, científicamente, se conoce como lenguas francas, un término que ha pasado a significar también, mal empleado, lenguas comunes, generales o internacionales. Una lengua franca, propiamente dicha, no es más que una mezcla simplificada de lenguas que sirve para la intercomprensión, generalmente en dominios limitados. Precisamente de «business» deriva el término inglés «pidgin». Espanglish y portuñol son lenguas francas, que sirven para que hablantes que no manejan bien el inglés o el portugués usen una fórmula simplificada, con un fuerte componente español, en los Estados Unidos o en el Brasil (limitándonos a América, porque también hay un portuñol en Portugal). Son hablas de ida, no de vuelta y tampoco son situaciones totalmente simétricas.

Quien habla espanglish lo que quiere es hablar inglés, se ha decidido ya por una evolución hacia el inglés y trata de abandonar el español para expresarse en una nueva lengua que todavía no domina. No intenta conservar las estructuras lingüísticas del español, sino ir sustituyéndolas por las inglesas, empezando por la más simple, el inventario léxico.

Confundir los préstamos del inglés o las interferencias con el espanglish es un error. Lo que caracteriza a esta lingua franca es su inequívoca condición de transición hacia el inglés.

Esforzarse en recuperar para el español a quien ya se sitúa en el terreno de la transición que supone el espanglish es, a mi juicio, un esfuerzo baldío. El espanglish y sus hablantes no son problemas del español, sino del inglés de los Estados Unidos, y su incidencia será sobre éste. Si la lengua futura de los Estados Unidos fuera el espanglish, la lengua sustituida no sería el español, sino el inglés. (Digamos rápidamente que este hipotético caso nos parece muy poco probable y menos deseable, pero en lingüística histórica hasta lo más extraño es posible).

MARCA DE PRESTIGIO

El reto fronterizo del español es otro: que los hablantes de español en los Estados Unidos o entre Brasil y los países limítrofes recuperen la conciencia de pertenecer a una comunidad lingüística de prestigio, mediante la adecuada política cultural. Organizaciones como el Instituto Cervantes y las instituciones hispanoamericanas que el tiempo traerán tienen ahí un campo amplísimo para labrar. Ni que decir tiene que se hará mejor y más deprisa si se consigue un auténtico esfuerzo de cooperación, amparado en marcos de acción conjunta. La realidad cotidiana de las Academias de la lengua demuestra que es una aspiración real, más allá de lo meramente posible.

Prestigio es palabra que va de la mano de la educación, que recubre dos aspectos, en esta era. El primero es el convencional de las instituciones, que implica el desarrollo de mecanismos de transmisión común de ciencia y técnica, mediante el instrumento lingüístico correspondiente, que es la terminología. El segundo es el de las redes de comunicación o, lo que viene a ser lo mismo, el desarrollo del español en Internet.

PRIMERA Y SEGUNDA LENGUA

Educación y demografía van unidas, porque es imprescindible planificar para educar a la población. Las cifras sobre Brasil son impresionantes, con 50 millones de alumnos en la escuela primaria y media. La mayoría de ellos puede verse ante el español como segunda lengua. Este hecho es independiente de la aprobación de la ley de obligatoriedad del español o de que sea una recomendación. La enseñanza primaria en Brasil es responsabilidad municipal y la secundaria estatal. Los municipios y Estados de más peso demográfico y económico ya tienen el español como enseñanza obligatoria. No hay que desdeñar la proximidad idiomática, mucho mayor en el caso del Brasil que en el de Portugal, porque en el primero no se dieron las evoluciones fonéticas diferenciadoras que se produjeron en el segundo, sobre todo en el siglo XVIII.

Esta circunstancia lingüística es la que marca una de las diferencias entre el espanglish y el portuñol. Mientras que el primero es claramente una lengua de ida hacia el inglés, el segundo no tiene un sentido tan claro, ni hacia el portugués ni hacia el español. Geográficamente es brasileño y su tendencia natural parecería ser la evolución hacia el portugués; pero el factor de hispanización es tan intenso que, en ocasiones, parecería tender hacia el español, dentro del propio territorio del Brasil. Mientras que en el espanglish son hablantes nativos de la lengua segunda los que tienden hacia la lengua mayoritaria, el inglés, en el segundo caso son los hablantes de la lengua mayoritaria, el portugués, los que tienden al español, aunque no exclusivamente. Precisamente por ello es muy recomendable separar ambos fenómenos y poner el segundo en relación con tendencias que se producen en Europa, como el portuñol de Portugal, o el itañol. Las repercusiones de estas tendencias en los futuros mapas lingüísticos son muy difíciles de evaluar. No es fácil separar las meras modas, contingentes de lo permanente.

El nuevo censo norteamericano, en el que se registran 281 millones de personas, incide en la redistribución de la representación parlamentaria. Los cambios en la distribución de la población hacen variar la representación en el Congreso, con un incremento de los Estados más hispánicos (Florida y el Suroeste). Sin dejarnos engañar por las presentaciones negativas de movimientos como English Only, no cabe duda de que, frente a la única escuela que ofrecía el estudio del español en 1891, como nos recuerda Mar Vilar, la franja de estudiantes de español en la escuela secundaria norteamericana a fines del siglo XX llegaba al 80%, con un porcentaje global consolidado del 65%. Es decir, de manera regular, el 65% como mínimo de los alumnos de secundaria se matriculaban, opcionalmente, en español, y sólo el 35%, como mucho, se repartía entre todas las demás lenguas.

REFLEXIONES FINALES

Estas anotaciones han estado orientadas a señalar que no es la demografía el principal factor que produce el interesantísimo auge del español en los últimos veinte años. Tras ella hay una coherencia lingüística, cultural e incluso económica que se manifiesta pujante en una sociedad liberal. La restauración de la democracia en el mundo hispanohablante ha tenido mucho que ver en el proceso.

Un conjunto de factores se une, por tanto, al crecimiento del número de hablantes de español en sus países de origen. El crecimiento vegetativo, sin embargo, no justifica la evolución. Es el crecimiento del potencial cultural, en sentido amplio, con sus repercusiones económicas, el que provoca la puesta en marcha del motor del cambio. Lo que cuenta es que los hispanohablantes tienen hoy un poder de decisión, basado en su potencial presente y futuro, que atrae el desarrollo. Tienen también una capacidad de autogestión de ese potencial que, de modo global, no habían poseído hasta ahora.

El papel de España en el proceso es muy relevante. Para su consolidación, dado su carácter demográficamente minoritario, es imprescindible intensificar los esfuerzos de coordinación de actividades educativas y culturales, con su vertiente industrial y comercial. Se está dando el apoyo de las grandes multinacionales con base en España a estas actuaciones. Falta, todavía, una mayor coordinación entre los organismos que hacen esa política en España y con los latinoamericanos correspondientes. Es preciso, también, un incremento de la cooperación hispanomexicana en los Estados Unidos, que crecientes movimientos en el primer país hispanohablante reclaman.