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Durante los cinco meses que ha durado la I Bienal de Valencia, la capital del Turia se ha visto involucrada en un movimiento artístico envolvente, y sus visitantes han podido disfrutar y recorrer dos visiones de una misma ciudad: la Valencia patrimonial, la histórica, la antigua restaurada y recuperada con edificios como El Convento del Carmen, El Almudín, San Miguel de los Reyes… y la Valencia de la modernidad, con un claro referente de indudable valor en la Ciudad de las Ciencias. En estos espacios han tenido lugar exposiciones de autores destacados como Peter Greeneway, Emir Kusturica, Robert Wilson o Mladen Materic. También las calles del centro histórico e incluso la playa se han impregnado de arte, facilitando al ciudadano y al paseante la proximidad al hecho cultural.

La Bienal ha sido, y desea ser en próximas ediciones, un laboratorio y un observatorio de este conocimiento y de esta confrontación entre artes, espacios y temas. Un observatorio en condiciones de proveer, cada dos años, el working-progress de esta fundamental dialéctica. Dice Luigi Setembrini que Valencia es la tierra ideal para llevar a cabo una manifestación de las características de esta Bienal. Y lo es por múltiples motivos. Uno es el de su capacidad, una especie de concentrado equilibrio entre sus raíces y su modernidad, entre su aristocrática belleza y su cívico estilo de vida; entre su voluntad de hacer y de dar y su oferta de espacios expositivos de gran belleza, algunos recién construidos y otros perfectamente restaurados, pero todos en continuo funcionamiento.

ARTE CONTEMPORÁNEO. POSTURAS SINCERAS E INSICERAS

Encontramos, pues, muy acertado el concepto comunicación entre las Artes. Ahora bien, habiendo tenido un laboratorio próximo, cercano, donde poder tomar el pulso al arte actual, nos hemos visto obligados a analizar, a cribar y a destripar sus procedimientos, sus creaciones, para obtener respuestas entre sus artistas.

La primera pregunta que nos hacemos es la siguiente: ¿el artista comunica o tan sólo informa? Si entendemos información en el sentido aristotélico, diremos que ésta se define como una «imposición de formas», mientras que la comunicación no sólo transmite o impone un mensaje, sino que lo comparte de manera persuasiva, es decir, intenta llevar a los demás a sostener un mismo punto de vista. Por tanto, entenderemos información como elocución, y comunicación como diálogo.

Siendo así, ¿qué es lo que hace el artista actual: informa o comunica? Sin duda alguna, en primer término debe informar y es lógico que lo haga de un modo subjetivo, peculiar, novedoso y eso es muy razonable, a la ve; que necesario. Nos ofrece arte como sustitución de la realidad a través de nuevas formas desconocidas, extrañas, que nos permiten ver el mundo con ojos nuevos y pensarlo con nuevas expresiones y palabras. Pero, y aquí es cuando empieza a comunicar, con una percepción clara y a partir de un lenguaje o código que nosotros entendemos. Así, toda obra plantea una pretensión de reconocimiento en tanto que es una forma de comunicación simbólica. El problema aflora cuando el autor utiliza un lenguaje, un código que sólo él reconoce, difícil de interpretar por el espectador, prácticamente indescifrable, por lo que tan sólo él puede entender y explicar. De esta manera, no existe ningún tipo de comunicación con el receptor, o si la hay, será distorsionada. Su función expresiva es indescodificahle, no se percibe. El artista está informando pero no comunica y, si comunica, lo hace de modo arbitrario. «Cada cual que se lleve la sensación que le produzca, si no es la que he querido transmitir no importa, lo interesante es que el espectador se emocione de alguna manera», responde un creador con total anarquía artística. Desde mi punto de vista, tal respuesta pertenece sólo a un artista frustrado, vacío, y que debería estar muy preocupado al no haber sido capaz de transmitir su idea. Por tanto, ese axioma convierte a cualquiera en artista. Todo proceso de creación viene acompañado de un proceso inevitable de frustración, pero no porque la obra no sea comprendida por el espectador sino porque el creador desearía mejorarla, mutarla, transformarla. Todo ese desarrollo comunicativo debe estar inacabado en el extraterritorio mental del autor. En este sentido, el político que, como dice Albert Boadella, se ha convertido en el verdadero mecenas de nuestro tiempo, desde su gabinete no tiene la culpa del estado en que se encuentra el arte de vanguardia. Ellos desean acercar la cultura a su pueblo, buscan y encuentran lo que existe. No se puede comprar más que lo que el mercado oferta, dentro de un margen, claro está, pero no demasiado amplio. El mercado, la moda, el espectáculo y los especialistas en vender los productos son los que monopolizan el arte, no dejando otra opción a quien quiere comprar.

Ante esta visión crítica del arte, los propios artistas de la Bienal se defienden y argumentan que en este mundo tan vasto en el que no se entrevé su fin, como si fuese un agujero negro, están naciendo nuevas formas de arte, presentadas indistintamente bajo etiquetas que de todos modos no dan plenamente cuenta de la enorme variedad de los lenguajes, de las arrolladoras poéticas. Y ésta es la nueva realidad en la cual atracan los jóvenes artistas y los nuevos mutantes. Al igual que Magritte y Warhol abandonaron el estrecho jardín de la publicidad para desembarcar en el mar de las artes plásticas, así también los diseñadores de webs, dueños de las tecnologías más avanzadas, crean nuevas imágenes y ambientes desestabilizadores. A pesar de todo, es un arte en estado embrionario. Pero será, o más bien es, uno de los lenguajes de un futuro que ya ha nacido y se reproduce en el interior de un círculo de mestizaje que, voluntaria o involuntariamente, ya ha digerido lo existente, que no ha perdido nada de los comportamientos mentales más provechosos y modernos de la literatura artística.

Justamente debido a este fenómeno de novedad artística, hay quien expresa su malestar porque no entiende lo que el artista reproduce, lo que se exhibe en las salas de arte, por lo que exige que el arte contemporáneo vaya acompañado de información adicional para ayudar a un espectador desinformado debido a que se enfrenta a un arte que todavía no tiene discurso escrito, a causa de su tremenda diversificación y evolución. En este sentido, muchos visitantes y artistas coinciden en que nunca han visto una Bienal tan didáctica como la de Valencia, en la que han existido cuadernos informativos y visitas guiadas desde la perspectiva artística.

¿ES MALO ENTENDER EL ARTE?

El arte ¿cuando se hace no se entiende, y si se entiende significa que es malo? Categorizaciones de este calado y todas las propuestas vistas con anterioridad nos llevan a preguntarnos en qué período o etapa del arte nos encontramos actualmente, ya que hubo un tiempo en que todo el mundo sabía qué era arte, cuál era su lugar y para qué servía. Hoy es bien distinto: entre látex, vídeos, electricidad, materiales en desuso, arte prácticamente para ingenieros, mecánicos, tecnólogos que realizan formas y construcciones industriales, no podemos estar seguros de que el arte exista, al menos de manera preconcebida.

Lo cierto es que el arte en las últimas décadas ha manifestado una capacidad de absorción de diferentes disciplinas que ha desorientado al público que permanece falto, quizás, de formación para entender que ocurre. El arte actual no se puede juzgar si no se tiene en cuenta el entorno social. Evidentemente el arte se ha democratizado y hay que escucharlo todo, pero no hay que creerlo todo porque, como en todas las disciplinas de la vida, hay posturas poco sinceras y prefabricadas que se inmiscuyen entre las más honestas. Un colectivo de artistas pertenecientes a la Bienal afirma que nunca más que ahora ha habido una conciencia colectiva de lo que es arte y una implicación más directa entre artista y espectador. Nunca se ha disfrutado de más interés por el arte que en nuestros días, aseguran.

Fue Baudelaire quien por primera vez usó la palabra «modernidad» en su actual concepción, es decir, el gusto por lo efímero, transitorio y fugaz. Apuntaba que siempre debería ir acompañado de «ponderación», «moderación», «medida»… Baudelaire hablaba, pues, de equilibrar dos tensiones contrarias. Las ideas de progreso y vanguardia le resultaban sospechosas. Como decía Delacroix, «la humanidad marcha al azar, se diga lo que se quiera». Podemos decir que ya se cifra la ruptura del arte con el buen gusto. El arte no debe gustar en el sentido tradicional: debe criticar, sorprender, incordiar, sacudir en el sentido de W. Benjamin, al definir un arte con capacidad de abrir mundo y de fundar sentido, por su radical creatividad. Desde Rimbaud, los artistas modernos han llamado al desorden de los sentidos, de los conceptos, de los roles y de los lugares. Pero de ahí a que el cuadro La rendición de breda, de Velázquez, se equipare a una botella de Coca-Cola de Warhol hay un recorrido erróneo tremendo, por una simple razón: no se pueden poner en el mismo saco para calibrar su peso. Y esta nueva concepción del arte nos lleva poco a poco al minimalismo, al conceptualismo con happening, instalaciones, performances, con lo que se le agotan las energías a la vanguardia y llegamos al everything goes (todo vale), donde la vida es más radical y más real que toda esa interpretación que nos expresan de manera simplista los autores, ocasionando tan sólo escándalos culturales.

Frente a este análisis algo apocalíptico encuentra su contraste, una vez más, la figura de Luigi Setembrini, quien afirma que hoy en día una enormidad de lenguajes alcanza y más bien disloca directamente al individuo sin solución de continuidad. El arte, al no ser ya la única alternativa de comunicación, debe descender y ensuciarse las manos. ¿Podrá sobrevivir no ya solitario, sublime, celestial, sino por el contrario terrenal, comprometido y contaminado por nuestro tiempo y por su lenguaje violento, agresivo, aproximativo, acelerado, ansioso y vulgar? El arte sobrevivirá si logra convertirse en la virtud de estos distintos lenguajes: en la virtud de la comunicación.

Bienvenido sea un pensamiento artístico por ininteligible que parezca, pues ello significará que hay pensamiento, transgresión y pasión por la cultura. En este sentido nos viene bien recordar las palabras de Consuelo Ciscar: «Somos conscientes de que el arte no es fruto de la casualidad, que quienes estimamos el arte lo hacemos, como dijo Flaubert, porque de entre todas las mentiras es la menos falaz».

UNAS PALABRAS DE CONSUELO CISCAR

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«Este ambicioso proyecto cultural — ha comentado Consuelo Ciscar, subsecretaría de Promoción Cultural de la Generalidad de Valencia— cumple con creces el reto de exigencia que cabía exigirle desde el punto de vista de la creación artística y libertad de expresión enriquecedora, pero también del rigor epistemológico de la propuesta. Nos negamos desde un principio a repetir viejos esquemas, a copiar fórmulas ya ensayadas, por brillantes y exitosas que éstas hayan sido en el pasado. La Bienal nació con vocación de explorar nuevos cauces, de abrir vías alternativas, de hallar distintas aproximaciones y accesos a una realidad cada vez más global, interconectada y compleja a medida que avaluamos en el tiempo. Porque las artes son horizonte, ámbitos abiertos e interrelacíonadas, de fronteras difusas o inexistentes, limítrofes, concéntricos y sometidos a un intenso, fructífero y continuo rozamiento».

— A partir de la Bienal ¿se puede decir que Valencia ha dado un paso adelante y cuenta con una dimensión real dentro del circuito artístico internacional? ¿Podemos hablar de un antes y un después en la posición que ocupa la ciudad?

«A esto debo decir que la primera vez que la revista Time coloca la ciudad de Valencia en un mapa es a partir del momento en que comenzamos a promocionar con intensidad y durante un año el programa de la Bienal por ciudades como Shanghai, Nueva York, México o Buenos Aires. Podemos decir que lo que anteriormente ocurrió con capitales españolas como Barcelona o Madrid ahora está pasando con Valencia, La cifra de espectadores que han visitado los diferentes espacios de la Bienal es alarmante, ya que ha alcanzado los 38.000; y lo es también la intensidad del impacto mediático que ha llegado a casi a los 100 millones, superando con creces bienales históricas como la de Venecia (aprovecho para decir que su último director recorrió nuestros espacios expositivos y manifestó su satisfacción por el brillante trabajo que se había realizado). Por tanto, la dimensión que ha tomado Valencia en estos últimos meses ha sido trascendental. Personalidades bien reconocidas del mundo artísitico, más de 300 directores de museos, sin olvidar los miles de espectadores anónimos con criterio, han gozado con la Bienal y, actualmente, pronuncian el nombre de Valencia por diversos continentes y cuentan con ella como una ciudad dentro de los circuitos importantes del arte moderno».CONSUELO CISCAR (por H.I.)