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En un sentido estático, una sociedad es competitiva en la provisión de un bien —de cualquier tipo— en la medida en la que provee ese bien en condiciones tan o más favorables que otras sociedades. Una sociedad es tan o más competitiva globalmente cuanto más competitivos sean los bienes que provee. Muy frecuentemente, «condiciones favorables» se refiere a precio o a otras características de la provisión del bien, pero en modo alguno debe excluirse de entre las «condiciones favorables» ésta: que sólo esa sociedad —o sólo ésa y un muy pequeño número de sociedades más— provea el bien. Esta última condición favorable es particularmente importante. En efecto, precisamente el grado máximo en el que una sociedad puede proveer un bien «mejor que las demás sociedades» se da cuando esa sociedad es la única capaz de proveer ese bien. Esto, que constituye un fenómeno central y lleno de significado en la realidad histórica, suele olvidarse o quedar relegado a la categoría de fenómeno anómalo, lo que, sin duda, se debe, en gran parte, al influjo que ejerce sobre mucha gente la imagen escolar de una economía en la que la producción se organiza y desenvuelve en un régimen ideal de «competencia perfecta».

COMPETITIVIDAD ACTIVA Y PASIVA

La competitividad estática se predica, por lo tanto, de sociedades y bienes definidos en un momento dado del tiempo. Si se considera una lista de bienes existentes, la estructura jerárquica de la competitividad de las sociedades con respecto de esos bienes puede experimentar, y de hecho experimenta, cambios notables a lo largo del tiempo. Pero la introducción de nuevos bienes en el horizonte de las sociedades va induciendo no meros cambios sino redefiniciones en la estructura jerárquica de las sociedades con respecto de los nuevos bienes —¡muy pocas sociedades, por lo común, pueden proveer el nuevo bien en el momento de su generación!— y, también, frecuentemente, con respecto a los bienes ya existentes. La ganancia o pérdida de competitividad de una sociedad con respecto de un bien y, especialmente, la ganancia o pérdida de competitividad global de una sociedad, no es, por lo tanto, algo exclusivamente relacionado con procesos de «asignación eficiente», sino también con procesos de alteración de los medios o de los fines, o de ambos, definitorios de todo proceso de asignación de recursos. Los procesos de generación de nuevos bienes —especialmente, de ciertos nuevos bienes—, aunque incluyen procesos de «asignación eficiente», no sólo no consisten en asignar mejores medios dados a fines dados sino que tampoco consisten principalmente en procesos de adaptación eficiente frente a cambios exógenos: consisten también, y muy especialmente, en procesos en los que intervienen crucialmente procesos de innovación pura. Se trata mucho más de procesos proyectivos, en un sentido particularmente fuerte, que de procesos reactivos.

TIPOS DE ACTIVIDAD PROYECTIVA

Para fijar mejor las ideas, considérese un continuo de tipos de actor polares y los tipos «intermedios» entre los dos tipos polares. He aquí la caracterización de los tipos polares. El actor económico del primer tipo polar concibe su despliegue de provisión de bienes competitivos como consistiendo en la provisión más eficaz de uno o varios bienes bien definidos, siguiendo sistemas de rutinas bien definidas, sobre un horizonte económico formado por dos tipos general de acción tomado como dado. Éste es el tipo de actor económico de mínima proyectividad, propio del «seguidor puro». El actor económico propio del segundo tipo polar concibe su despliegue de provisión de bienes competitivos como consistiendo en la provisión de flujos de bienes a priori total o parcialmente indefinidos, cuya definición —lo que incluye las de las técnicas, etc.— irá teniendo lugar estratégicamente en función de objetivos que, entre otras cosas, implican transformación de lo que, para otros actores económicos, constituye «el entorno». Este es el tipo de actor económico de máxima proyectividad, propio del «conductor puro». Recuérdese que aquí «bienes» designa bienes cualesquiera, incluidos —¡y muy especialmente incluidos!— bienes tales como pensamiento, ciencia y tecnología médicas, estilos musicales, etc. Este continuo de tipos de actores económicos admite las más diversas formas, cada una de las cuales distribuye a los actores económicos de la sociedad de una manera específica: en unas hay muy pocos actores de tipo próximo al segundo, concentrándose la masa de actores próximamente al primero de los tipos polares, en otras la distribución es uniforme, etc. Cada sociedad, en cada momento, presenta una distribución específica de actores económicos. Pocos descriptores muestran tantos aspectos de una sociedad como la forma de esta distribución y pocos descriptores muestran tantos rasgos de la dinámica histórica de una sociedad como la configuración de la variación de la forma de esta distribución a lo largo del tiempo.

¿QUÉ ES COMPETITIVIDAD?

Lo propio de una sociedad realmente avanzada no es, simplemente, que ésta sea globalmente competitiva, sino que vaya siendo máximamente competitiva en la provisión de una gama más bien amplia de bienes generados por actores económicos de tipos próximos al tipo polar del «conductor puro» (máxima proyectividad). Obsérvese que este resultado dice propiedades de la sociedad como sistema orgánico de personas, no, meramente, de unos actores económicos individuales —personas, empresas, universidades, etc.— que simplemente, «están», por así expresarlo, en la sociedad. En efecto, cabe, analíticamente, caracterizar este resultado de la dinámica global de una sociedad en términos de rasgos observados en la estructura de la acción de ciertas personas de esa sociedad —los actores econó-micos—, pero lo que esos rasgos sintetizan no son sólo atributos específicos de esas personas (o grupos de personas), sino, también, propiedades de diversa índole de esa sociedad —interacción personal etno-históricamente radicada— que hacen posible la eficaz incorporación de esos atributos en el despliegue de su acción y, por lo tanto, la efectiva producción de ese resultado. Los procesos mediante los cuales unas sociedades adquieren o mantienen las características de sociedad avanzada y otras las pierden o no las adquieren son los procesos de formación de la historia universal percibidos en una cierta perspectiva analítica. Diversísima ha sido a lo largo de la historia y hasta hoy la naturaleza particular de las diferentes sociedades que, en cada época, han ido siendo o son sociedades avanzadas. Diversísima, en particular, la índole de los bienes en cuya provisión esas sociedades han ido siendo o son máximamente competitivas. Muy diverso, también, el significado que para la historia universal han ido teniendo o tienen los despliegues de las diferentes sociedades avanzadas.

BIENES CONFIGURADORES DE MODOS DE VIDA

Pero, con independencia de todas estas diversidades y de cualesquiera tros elementos concurrentes en la formación de los procesos de formación de las sociedades avanzadas, hay un elemento constante que nos interesa destacar aquí: la conjunción, en toda sociedad avanzada, entre, por una parte, una notable presencia de actores económicos de tipos próximos al tipo polar del «conductor puro» y, por otra, los elementos necesarios para hacer posibles los despliegues de generación de sucesivos nuevos bienes y su provisión competitiva propios de esos tipos de actor económico. Esto es, personas y grupos de personas máximamente proyectivas desplegando su acción en sociedades capaces de fomentar, acoger y hacer eficaz esa acción. Según la índole de los bienes de que se trate, estas condiciones requieren cualidades personales y sociales distintas. Pero, con la mayor frecuencia, las sociedades avanzadas proveen competitivamente no algunos bienes aislados, sino sistemas de bienes nuevos de varios tipos, entre los cuales hay o bienes específicamente culturales y que, en conjunto, constituyen alteraciones no triviales y eficazmente tráctiles de los modos de existencia prevalentes. Las sociedades realmente avanzadas son siempre y ante todo, aunque por caminos no siempre coincidentes, sociedades configuradoras de cosmovisiones, técnicas, estilos de vida, etc., que se van proveyendo como «paquetes orgánicos» —¡lo que no implica ausencia de contradicciones internas!—.

En los albores del siglo XXI, todo esto es particularmente cierto. Porque, dados el grado de interrelación entre todos los pueblos de la tierra hoy existente y el grado de fluidez y problematicidad de los asientos y los horizontes existenciales propio de las actuales sociedades —¡comenzando por los pueblos europeos!—, las sociedades avanzadas del siglo XXI serán, con independencia de su configuración político-social y de su distribución geográfica, aquéllas que se vayan mostrando capaces de ir proveyendo eficazmente «paquetes orgánicos» —de mayor o menor envergadura— de bienes configuradores de modos de vida que sean o parezcan ser total o parcialmente superiores a los actuales. Aquí la palabra «capacidad» adquiere una muy singular relevancia. Ser, o seguir siendo, sociedad avanzada no se improvisa, ni antes ni, quizá aún menos, ahora: requiere, entre otros elementos, capacidad.

No basta con una cierta fecundidad espontánea en personas y grupos humanos dotados de, por así expresarlo, proyectividad natural: se requiere, además, que éstos y sus sociedades sean capaces —puedan— orientar y desenvolver eficazmente esa proyectividad. Y esto, muy especialmente en las condiciones de estos comienzos del siglo XXI, requiere formación en tan delicada y transcendental actividad como es la de ir constituyendo una visión del mundo, por parte de la persona, capaz de ir sustentando la formulación de proyectos conformadores de sentidos y modos de existencia. Esta actividad, adviértase bien, consiste en el despliegue interactivo de dos procesos personales íntimamente ligados entre sí: constitución reflexiva, sistemática e informada de una visión del mundo y radicación en esta visión —¡nunca del todo constituida!— de toda acción como acción proyectiva con sentido definido en el horizonte ético y cognitivo propio de esa visión del mundo. Formar a una persona en esa actividad es ayudar a la persona a comenzar ese proceso de constitución de una visión del mundo reflexiva, sistemática e informada y a habituarse a formularse preguntas ligadas a proyectos de acción en y desde ese proceso de constitución de una visión del mundo. ¿Qué clase de formación es ésa? Por lo que respecta a una «parte» notable de la misma, esta formación tiene un nombre que rara vez suele relacionarse con «competitividad en sociedades avanzadas»: formación humanística.

LA FORMACIÓN HUMANÍSTICA

Fijemos los significados que aquí damos a las expresiones «humanidades» y «formación humanística». Por «humanidades» entenderemos depósitos de discursos acerca de persona y existencia humanas de modo general, y de modo particular y, más principalmente, los depósitos de discursos acerca de persona y existencia humanas que más notablemente han contribuido, como sistemas —¡intelectuales y experienciales!— de percepción y representación y como fuentes de sistemas de percepción y representación de «lo que es» y de «lo que debe ser», a la conformación de las culturas —«populares» e «intelectuales»— de los pueblos. Por «formación humanística» entenderemos integración productiva de «humanidades» en el proceso formativo, general e intelectual, con el propósito de que el enfrentamiento de la persona que se forma con los contenidos de «humanidades» surta efectos en el proceso de constitución razonada, sistemática e informada de una concepción del mundo capaz de sustentar la formulación de proyectos conformadores de la existencia.

No existe ningún otro procedimiento formativo ni mejor ni siquiera sólo algo menos bueno que «formación humanística» susceptible de surtir los efectos deseados. Dejando de lado el que los contenidos más significativos de «las ciencias» deben, debidamente tematizados, formar parte de las materias de «formación humanística», es evidente que no es posible administrar una formación humanística no trivial del mismo modo que se administra la enseñanza de los conocimientos particulares, tales como la Física. No es posible administrar una auténtica formación humanística de otro modo que no sea ateniéndose sistemáticamente a, entre otros, los siguientes criterios: considerándola —en los «diseños curriculares» (!) y en el espíritu de quienes enseñan y de quienes se forman— como central en el proceso formativo general reglado, otorgando a su duración el tiempo que requiere, que es exactamente a lo largo de gran parte de la enseñanza primaria y de todo el bachillerato —¡no después!, pues entonces ya ni en general es posible ni, de serlo en casos excepcionales, surte todos los efectos que debe y cuando debe— y utilizando el material de «humanidades» del modo más próximo posible a como este realmente es. Existen, ciertamente, procedimientos peores, tales como reducir «humanidades» a una suerte de mínimo sintético y «enfrentamiento con humanidades» a un lapso brevísimo, excéntrico respecto al proceso formativo general, de exposición informativa de alguna versión liviana de ese mínimo sintético. Existen, también, procedimientos de deformación humanística, tales como ocultar «humanidades» —o, lo que es aún peor, presentarlas deliberadamente mutiladas y descontextualizadas— y eliminar cuidadosamente cualquier posibilidad de indicio de pregunta acerca de las mismas. Pero aquí estamos tratando de lo que es más «capacitante», no de lo que no lo es o lo es en medida mínima, ni de lo que es máximamente discapacitante. No debemos examinar aquí la pregunta acerca de cómo puede organizarse prácticamente una enseñanza que otorgue formación humanística. Sí afirmamos, con plena consciência de las dificultades de todo tipo que han de darse por seguras en cualquier intento de esta naturaleza, que se trata de algo perfectamente al alcance de nuestras posibilidades. Mucho más al alcance de nuestras posibilidades de lo que parece, y mucho más al alcance de nuestras posibilidades que de las de otras sociedades hasta hace poco, y aun todavía, avanzadas o que aspiran a serlo. Hay, en la vida de las sociedades, oportunidades históricas, de modo no muy diferente a como hay oportunidades únicas en la vida de las personas. En contra de tópicos bien establecidos, lo que principalmente obstaculiza nuestra conversión en sociedad (realmente) avanzada no es ni nuestra supuesta «deficiente modernización» ni nuestra «escasez de recursos», sino que es, sin duda, nuestra atonía proyectiva. Vencer ésta exige mudanzas de diversa naturaleza. Pero, como hemos visto, también requiere capacidad en las gentes. Y esta capacidad no se adquiere de ninguna otra manera distinta que a través de la formación humanística.

Catedrático de Teoría Económica y Econometría, Universidad Autónoma de Madrid