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También debo remontarme a la benemérita colección Araluce para referirme a mi primer contacto con el cantar cuyo primer pareado reza así (en alemán moderno): Uns istin alten Mären Wunder viel gesagt / von Helden, reich anEhren, von Kühnheit unverzagt. El librito se titulaba Sigfrido, como el protagonista del Nibelungenlied, y exhibía en su cubierta una lámina en la que un tipo rubio y fornido acuchillaba sin piedad a un dragón colosal, cuya sangre se reunía en un estanque rojo donde el héroe, avisado de que aquello podía reportarle nada menos que la invulnerabilidad, pensaba bañarse después de acabar con el monstruo. Pero la saga no se limitaba, como la de Beowulf, a una serie de enfrentamientos entre el san Jorge de turno y la bestia diabólica de rigor, sino que buceaba en las relaciones humanas con una profundidad psicológica tan formidable que habría que llegar a Shakespeare para encontrarse con un desparpajo psicoanalítico tan formidable como el del anónimo autor del Cantar de los Nibelungos. El paralelogramo compuesto por Brunilda, Crimilda, Gúnter y Sigfrido constituye uno de los mayores y más profundos cruces de pasiones que hayan podido verse en literatura. Prueba de ello son las estremecedoras traslaciones plásticas que llevó a cabo Füssli del asunto, penetrando en el tema con una sinceridad y una valentía dignas del mismísimo Sade. Psicologismos aparte, el poema nibelúngico es una joya de primera magnitud en la corona de las letras universales. Lo leí en versión íntegra en un tomito de la colección Crisol de Aguilar, aparecido en 1963, que traducían, en versos españoles que imitaban los pareados originales, los germanistas Mariano y Agustín Santiago Luque. Había sido traducido por vez primera al español en Barcelona, 1883, por un tal A. Fernández Merino, dentro de una bonita colección con vistosa encuadernación editorial, numerosas ilustraciones y cortes pintados. He tenido varios ejemplares de esos Nibelungos. Recuerdo haber regalado uno de ellos a Javier Gurruchaga, cuando andábamos juntos en el proyecto de la primera Orquesta Mondragón. Es de temer que la traducción no fuese directa del mittelhochdeutsch, ni siquiera del alemán actual, sino del francés. España ha sido siempre así, reacia al conocimiento de otro idioma extranjero que no sea la lengua de Montaigne. El académico de la Española y experto en lenguas germánicas Emilio Lorenzo subsanó esa deficiencia hace unas décadas, traduciendo de forma impecable y de su original alemán el Nibelungenlied: consta en el catálogo de Visor.

Filólogo. Profesor de investigación del ILC/CCHS/CSIC. Poeta. De la Real Academia de la Historia.